lunes, 18 de enero de 2016

Cristina Fernández Cubas: La habitación de Nona

«Era su forma de andar: a grandes zancadas. Y ahora se paraba en seco. Lo hacía a menudo. Cuando recordaba algo urgente, se paraba en seco. Ella tomó aliento y se detuvo frente al escaparate de una perfumería. Sólo unos segundos, pensó. Hasta que Él reanude el paso y yo pueda seguirle sin ser vista. Pero la luna de un espejo le devolvió su imagen y ahí se quedó. Atónita. Inmóvil. Fascinada.
    Porque era ella. Quién sabe cuántos años atrás, pero era ella. Llevaba una falda muy corta, el cabello suelto, largo. Una melena de cabello castaño, brillante. Se encontró guapa. Muy guapa. Pero ¿había sido alguna vez tan guapa? Le gustó pensar que se hallaba dentro de un sueño. Un sueño ajeno. El hombre amado, estuviera donde estuviera, la estaba soñando, y ahora ella le tomaba prestada la mirada. Así debía de verla Él en los tiempos en que se conocieron. Aquellos tiempos ya tan lejanos en los que todo parecía posible. Aspiró una bocanada de aire y tuvo la sensación de que ese instante lo había vivido ya. Escaparate, espejo, su imagen aniñada, Gran Vía en una mañana de sol... Un espejismo. O simplemente un efecto óptico. El sol, su reflejo, el juego de espejos, los objetos y carteles del escaparate mezclándose con su propia imagen...
    —¿Dónde te habías metido? —oyó de pronto.
    Buscó un punto de apoyo para no caer. Él estaba allí. Alto, delgado... Tan joven como en la época en que se conocieron. Ahora no le cabía ya la menor duda. El chico de la americana color tostado estaba allí, detrás de ella, y acababa de cogerla por el hombro.» (de La nueva vida, pág. 127)

1 comentario:

Elena dijo...

Estupenda CFC, como siempre.

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