martes, 5 de julio de 2016

Hacia rutas salvajes (McCandless by Krakauer, 1)

«Podía intentar explicar que se regía por un código de orden superior; argumentar que, como moderno seguidor de las ideas de Henry David Thoreau, había adoptado como evangelio el ensayo titulado Sobre el deber de la desobediencia civil y consideraba que no someterse a unas leyes opresivas e injustas era una obligación moral. No obstante, no cabía esperar que unos representantes de la administración federal compartieran semejante punto de vista. Tendría que tramitar un montón de papeles. Le impondrían multas que se vería obligado a pagar. Sin duda, los guardas se pondrían en contacto con sus padres. Sólo había un modo de evitar males mayores: abandonar el Datsun y, sencillamente, reanudar su odisea a pie. Y eso es lo que decidió hacer.

En lugar de sentirse angustiado por el curso que habían tomado los acontecimientos, éstos le sirvieron de estímulo: vio la riada como una oportunidad para librarse del equipaje innecesario. Ocultó el coche lo mejor que pudo bajo una lona marrón, arrancó las placas de matrícula con el distintivo de Virginia y las escondió. Enterró el Winchester para cazar ciervos y algunas pertenencias por si algún día quería recuperarlas y luego, en un gesto del que Thoreau y Tolstoi se habrían sentido orgullosos, apiló sobre la arena todo el papel moneda que llevaba encima —un lastimoso fajo de billetes de 1, 5 y 20 dólares— y le prendió fuego con una cerilla. Un total de 123 dólares de curso legal quedaron reducidos de inmediato a cenizas.

Conocemos estos detalles gracias a que McCandless describió la quema de los billetes y la mayor parte de lo que sucedió a continuación en un cuaderno que le servía a la vez de diario y álbum fotográfico. Más adelante, antes de partir rumbo a Alaska, entregaría ese cuaderno a Wayne Westerberg para que lo guardase en lugar seguro. […] El 10 de julio, después de cargar las pocas pertenencias restantes en una mochila, McCandless se encaminó hacia el lago Mead para hacer autostop. Como él mismo anotó en su diario, resultó ser "un tremendo error. Las altas temperaturas del mes de julio son enloquecedoras". […] Durante las siguientes dos semanas, estuvo recorriendo a pie el Oeste, cautivado por la vastedad y fuerza del paisaje, sintiendo la embriagadora emoción provocada por sus pequeños encontronazos con las fuerzas del orden y saboreando la compañía intermitente de los otros trotamundos que encontraba por el camino. Dejó que fueran las circunstancias las que configuraran su existencia: llegó en autostop al lago Tahoe, se adentró por Sierra Nevada y se pasó una semana andando en dirección norte por la ruta conocida como la Senda de la Cresta del Pacífico, antes de abandonar las montañas y volver a la carretera.»



«Parecía pasárselo en grande. Alex era un entusiasta de los clásicos: Dickens, H. G. Wells, Mark Twain, Jack London… Su preferido era London. Intentaba convencer a todo el que pasaba de que debía leer La llamada de la selva. [...] Desde niño, McCandless se había sentido hechizado por la literatura de London. La ardiente condena de la sociedad capitalista, la grorificación de los instintos primitivos, la vindicación de la plebe, todo ello era un espejo de sus propias pasiones. Fascinado por el grandilocuente retrato que London hizo de la vida de Alaska y el territorio del Yukon, McCandless releía una y otra vez novelas como La llamada de la selva y Colmillo blanco o cuentos como "El fuego de la hoguera", "Una odisea nórdica" y "El ingenio de Porportuk". Estaba tan cautivado por estos relatos que pareció olvidar que eran invenciones, construcciones imaginarias que tenían más que ver con la sensibilidad romántica de London que con la realidad de los grandes espacios salvajes subárticos. Tal vez por razones de conveniencia, pasó por alto el hecho de que el propio London había pasado un único invierno en el Norte y llevaba una vida que guardaba una escasa semejanza con los ideales que propugnaba, hasta el punto de convertirse en un alcohólico obeso y fatuo y suicidarse a los 40 años en su finca de California.» (p. 68 )

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