miércoles, 17 de julio de 2013

Construcción

the little house
Del Prólogo de La voluntad (1902)
José Martínez Ruiz, Azorín

«En las viejas edades, el pueblo fervoroso abre los cimientos de sus templos, talla las piedras, levanta los muros, cierra los arcos, pinta las vidrieras, forja las rejas, estofa los retablos, palpita, vibra, gime en pía comunión con la obra magna.

La multitud de Yecla ha realizado en pleno siglo XIX lo que otras multitudes realizaron en remotas centurias. La antigua iglesia de la Asunción no basta; en 1769 el consejo decide fabricar otra iglesia; en 1775 la primera piedra es colocada. Las obras principian; se excavan los cimientos, se labran los sillares, se fundamentan las paredes.Y en 1804 cesa el trabajo.

En 1847 las obras recomienzan. La cantera del Arabí surte de piedra; ya en Junio vuelve a sonar en el recinto abandonado el ruido alegre del trabajo. Trabajan: un aparador, con 15 reales; tres canteros, con 10; dos carpinteros, con 10; cuatro albañiles, con 8; siete peones, con 5; siete muchachos, con 3. Es curioso seguir las oscilaciones de los trabajos a lo largo de los listines de jornales. El día 8 los muchachos quedan reducidos a tres. El último de los muchachos es llamado el Mudico. A el Mudico le dan sólo dos reales. El día 7 el Mudico no figura ya en las listas. Y yo pienso en este pobre niño despreciado, que durante una semana trae humildemente la ofrenda de sus fuerzas a la gran obra y luego desaparece, acaso muere.
Las obras languidecen; en Octubre la escuadrilla de obreros queda reducida a seis canteros y un muchacho. Las obras permanecen abandonadas durante largo tiempo. En el ancho ámbito del templo crece bravía la yerba; la maleza se enrosca a las pilastras; de los arcos incerrados penden florones de verdura. La fe revive. En 1857 las obras cobran impulso poderoso.
[...]
Y ved el misterioso ensamblaje de las cosas humanas. Hace veinticinco siglos, de la misma cantera del Arabí famoso en que ha sido tallada la piedra para esta iglesia, fué tallada la piedra para el templo pagano del cerro de los Santos. Al pie del Arabí se extendía Elo, la espléndida ciudad fundada por egipcios y griegos. La ancha vía Heraclea, celebrada por Aristóteles, se perdía a lo lejos entre bosques milenarios. El templo dominaba la ciudad entera. En su recinto, guarnecido de las rígidas estatuas que hoy reposan fríamente en los museos, los hierofantes macilentos tenían, como nosotros, sus ayunos, sus procesiones, sus rosarios, sus letanías, sus melopeas llorosas; celebraban, como nosotros, la consagración del pan y el vino, la Navidad, en el nacimiento de Agni, la semana Mayor, en la muerte de Adonis. Y la multitud acongojada, eternamente ansiosa, acudía con sus ungüentos y sus aceites olorosos, a implorar consuelo y piedad, como hoy, en esta iglesia por otra multitud levantada, imploramos nosotros férvidamente: Ungüento pietatis tuae medere contritis corde; etoleo misericordiae tuae refove dolores nostros

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